Esta mañana fui a votar en las elecciones generales, al Senado y al Parlamento español.
Cada ocasión que tengo, voto. Lo hacía para delegad@ en el colegio, para rector@ en la Universidad, en el colegio mayor...
Voto por lo que creo, voto por lo deseo, voto por la gente que luchó en nuestro país para que nosotros hoy podamos ir a las urnas, voto por los ciudadanos que no pueden votar en otros países y voto porque teniendo el Derecho a hacerlo, cómo no voy a votar?!
Los Derechos, puedes decirme, son algo inventado por el hombre. Ok, así es.
Pero creados para protegernos, para fortalecernos y para respetarnos entre nosotros.
Los niños de Xochisquilazala, en la zona de la Mixteca de Oaxaca, están conociendo y reivindicando sus derechos de la mano de Unicef.
He tenido la maravillosa suerte de ver cómo reconocen sus Derechos en primera persona, de escucharles hablar de lo que tiene que cambiar para tener una infancia feliz. Nos han recibido con los brazos abiertos y cargados de ilusión por lo que les estamos ayudando.
Hay situaciones que te provocan una compensación de los esfuerzos en el trabajo, en ese día a día duro. Pues bien, este viaje ha supuesto para mí una recompensa a los esfuerzos que he hecho durante este tiempo atrás; una recompensa por los infinitos intentos por cambiar las cosas en mi entorno; una recompensa por tantas veces que me estrujé el cerebro haciendo y deshaciendo documentos y presentaciones que justificaran la importancia de apoyar este y otros proyectos; por los llantos (que ha habido varios) causados por la frustración e impotencia de no poder hacer más por mejorar las condiciones de aquellos que más lo necesitan desde donde podemos hacerlo.
Los niños mixtecos viven en malas condiciones y muchos de sus mayores emigraron a Estados Unidos, pero aprenden que tienen derecho a tener una vivienda, una familia.
A penas tienen acceso a medicamentos y los médicos rara vez llegan al poblado, tan alejado de todo, pero aprenden que tienen derecho a la salud.
La mayoría me confesó pasar hambre a veces, pero aprenden que tienen derecho a la alimentación y a la nutrición.
Son indígenas, y han sufrido a lo largo de su historia todo tipo de abusos, sin embargo, aprenden que tienen derecho a no ser discriminados.
La formación que reciben, facilitada por Unicef y otras ONGs, es intermitente e insuficiente, porque la mayoría de los niños que conocí trabajan, pero aprenden que tienen derecho a la educación.
Conocen sus derechos y aprenden a defenderlos.
Estos niños son los que exigirán a sus gobernantes ser escuchados. Ya comienzan a pedir que, en lugar de ir a sus poblados cada seis años (las elecciones en México tienen esa frecuencia) a pedir votos y olvidarse de ellos el resto del tiempo, tomen medidas para garantizar sus seguridad y bienestar.
Unicef, cuya labor sabía admirable y me reafirmé cuando trabajé en Naciones Unidas, está cambiando la situación de la infancia en México. Sus vías son numerosas, pero fundamentalmente trabaja con las instituciones para cambiar la legislación y mejorar la situación de la infancia a largo plazo y, por otro lado, trabaja sobre el terreno para cubrir las necesidades inmediatas de los niños.
Además, trabaja en proyectos muy innovadores, como el que pude presenciar de técnicas de mejora social entre adolescentes indígenas, para que aprendan a estar orgullosos de quiénes son, a expresarse en público, a exponer sus sentimientos.
Los resultados están siendo asombrosos.
Los mayores indígenas te hablan con la cabeza baja, la mirada al suelo.
Los jóvenes de este proyecto comienzan a mirarte a los ojos, con ganas de saber, de aprender y esforzándose en demostrar sus ganas de estudiar a pesar de su entorno, que tanto se lo dificulta...
Me decían los adolescentes: no me gusta que mi padre me pegue cuando está borracho, no me gusta no poder hacer las tareas porque después de la escuela tengo que trabajar, no me gusta que los políticos no nos hagan caso, no me gusta que mi hermano se ponga malito y no haya médico ni medicinas...
Estas frases, hace unos meses, eran incapaces de expresarlas, según nos decían los amigos de Unicef.
Algunos datos ayudan a entender la situación:
México tiene 112 millones de habitantes, de los cuales, asombrosamente, un tercio son niños. De esos 21 millones de niños, el 50% es pobre, el 13% es extremadamente pobre, y el resto cubre sus necesidades (unos poquitos solo disfrutan de todos sus derechos). Entre ese grupo de pobres y extremadamente pobres, el 80% son indígenas.
En México hay 3.500.000 niños sin escolarizar.
La cifra es alarmante e indignante, verdad?.
En este contexto, cabe destacar la situación del Estado mexicano de Oaxaca, al sur del DF.
Oaxaca ocupa el tercer lugar en el mundo en diversidad cultural y natural (solo están por delante una zona de Brasil y otra de Colombia).
El Estado de Oaxaca es verdaderamente bonito, con unos paisajes impresionantes. En él hay numerosas especies de animales y plantas no registradas por la ciencia (el abandono de la zona lo sufren en numerosos sentidos).
En Oaxaca hay 17 grupos lingüísticos (zapoteco, chatino, papabuco, solteco, chinanteco, mazateco, ixcateco, triqui, huave, mixteco, etc etc). Hermosos de oir y llenos de historias asociadas a sus culturas, pero imposibles de entender para los que hablamos español.
Y, desafortunadamente, en Oaxaca se encuentran 59 municipios (de los 125 de México) con menor índice de Desarrollo Humano.
En este contexto, Unicef trabaja para reducir la cifra asombrosa de hay 150 mil niños sin recibir educación en Oaxaca. La mayoría de estos niños están desnutridos.
De estos 150 mil niños, 125 mil son indígenas.
Está claro quiénes son los más olvidados y los que más sufren.
Desde mi trabajo, informamos y sensibilizamos sobre esta situación. Apoyamos económicamente el proyecto "Todos por los niños y niñas en Oaxaca" y hemos comprometido a nuestros compañeros de Santander México a recoger el testigo de apoyar este proyecto en el futuro. Nosotros, desde la sede, buscaremos otro país y otro proyecto para continuar con esta iniciativa de mejora social.
México era el país que más ganas tenía de visitar.
Nunca imaginé que mi primera vez allí sería así, conociendo precisamente la zona que menos conocen los propios mexicanos, las comunidades más alejadas y los pueblos indígenas más desatendidos.
Para llegar a los poblados tardamos a veces más de once horas en coche desde el pueblo más cercano. Las infraestructuras, como desgraciadamente ocurre en casi toda América latina, dejan mucho que desear. Sin asfalto, con baches y curvas durante horas, conseguíamos llegar a los lugares más perdidos.
Los recibimientos merecían tanto la pena que con los primeros saludos de los más pequeños ya olvidaba las horas de carretera infernal.
Llevábamos protección de Naciones Unidas porque, aunque no he tenido sensación alguna de inseguridad, la zona tan recóndita puede llegar a ser complicada en este sentido. Me apena reconocer que a veces los protocolos están muy alejados de la lógica del terreno.
México DF es enorme, cargado de atascos, como en cualquier ciudad de 20 millones de habitantes. Es gris, supongo que fruto de la contaminación tan acusada.
El centro histórico me sorprendió por su riqueza. Qué plaza del zócalo, qué catedral... Me impresionaron, por mi desconocimiento previo, los edificios de art nouveau, qué maravilla!
Y qué murales de Diego Ribera en el Palacio Nacional!
Me entristece cómo los conquistadores, como siempre ocurre, destruyeron todo lo anterior para construir encima.
Dos horas me quedé admirando las pirámides de Teotihuacan. Qué historia, qué cultura, qué integración de edificios entre la naturaleza.
Me apena la falta de la cultura precolombina que recibimos en los colegios en España. Tanto imperio romano y se nos escapan los detalles de otras culturas contemporáneas a la nuestra.
México se me antoja apasionante... Su gente es absolutamente encantadora, divertida e irónica, cariñosa y acogedora. La comida es deliciosa. Los paisajes que vi, esos atardeceres entre montañas, son impresionantes. La música, la cultura, la historia... México está cargado de color y de mezclas. Es verdaderamente un país al que volveré, a poder ser, en vacaciones y con tiempo, para saborear cada rincón.
Esta mañana, cuando deposité mi voto en la urna, no pensé en los políticos que esta noche celebrarán las victorias (siempre ganan todos, no?). Metí el sobre en la urna y pensé en estos niños.
Pensé en cuánto tienen que cambiar aún las cosas y en cuánto nos desviamos de lo verdaderamente importante.
Viajar te da perspectiva, pero no es indispensable para tener claras las prioridades sobre aquello en lo que debemos enfocar los esfuerzos.
Esta mañana deposité mi voto y pensé: Cómo se dirá en mixteco "OS ECHO DE MENOS"?