En esta nueva etapa de mi vida, en la que me desplazo al trabajo en metro, me encanta observar a los compañeros de madrugones.
Estamos todos haciendo lo mismo, trasladándonos adormilados desde casa hasta el trabajo, probablemente pensando en cosas similares (no nos engañemos, ninguno es tan especial como para pensar en cosas que otros no pensaron antes... Al menos tiene que haber uno o dos en mi vagón que van pensando en lo mismo que yo... Por el poco espacio que queda libre yo diría que hay muchas posibilidades de que esto ocurra...). Bueno, que me desvío, la cosa es que vamos todos haciendo lo mismo y teniendo vidas más o menos parecidas (si estuviéramos forrados no iríamos en metro, o no trabajaríamos, sin duda no madrugaríamos...) y si estuviésemos bien jodidos o sin curro, no estaríamos en la hora punta montados en un vagón.
Total, a lo que voy... que con vidas más o menos parecidas, qué diferentes somos en apariencia, oye.
No todos percibirán esas diferencias desde fuera. Los orientales que no nos traten con frecuencia nos verán a todos iguales (gran estereotipo: los chinos son todos iguales. mal...), los indios que no acostumbren a ver un vagón repleto de blancos nos verán a todos iguales (estereotipo: los indios son todos iguales, no los distingo. mal...). Pero mirándonos entre nosotros, madre mía cómo somos diferentes...
Pues eso, estereotipando, que si algo me gusta es que los estereotipos me desconcierten! Y aquí viene mi gran aportación: es muy interesante dejarse sorprender por la lectura de la gente y ver cómo a algunos individuos no "les pegan" nada los libros que leen!!
Gran aportación a la sociología. Lo sé... (mi suegro, que es un prestigioso Doctor en la materia, no tendrá palabras para alabar tan grandiosa aportación a esta disciplina).
Pues este es el tema, que me resulta maravilloso ver a esa señora con las sandalias medio rotas, las uñas mal pintadas, ese pantalón rojo de rayas que no pega nada con esa camiseta morada y azul, y ese moño mal hecho, con las mechas de hace cinco meses, leyendo (tachán...) La vida es sueño, de Calderón.
¿Qué te parece?
Genial, ¿no?
Pero es que tengo otra sorpresa mejor de mi día. En el trayecto de vuelta (en este hay más ruido y menos espacio en el vagón) tenía sentado en frente a un joven con pintas de esas con las que mi abuela querría echar a correr, tatuajes por todos lados, uñas pintadas de negro (no eran fruto de trabajar con martillos), piercings everywhere, música en los auriculares a toda pastilla, pelo sucio o muy sucio, y, uf, un olor a perros que echaba para atrás. Pues rompiendo estereotipos, señores, en sus manos tenía........ Crimen y Castigo, de Dostoyevski.
Maravilloso.
Y alguien dirá rápidamente que en la literatura no hay estereotipos... Que no entiende de razas, colores, olores o vestimentas. Pues claro, seguro. Y ese alguien llevará razón y estas sorpresas solo son fruto de los preconceptos que todos tenemos y que tan poco me gustan...
Pero fíjate por dónde, gracias a los estereotipos yo me llevo sorpresas en el metro cada día.
Me encanta ver que libros escritos hace siglos llegan a manos tan diversas, cómo historias del pasado son tan actuales...
Esto me hace pensar dos cosas: la primera que sus autores son unos genios... y la segunda, que la reflexión inicial sobre que no pensamos/sentimos cosas nuevas es bastante lógica, aquello de no hay nada nuevo bajo el sol. Los escritos del pasado están cargados de sentimientos, reacciones e historias que hacen que nos sintamos identificados.
Conclusión, que hoy varios de mis compañeros de metro deben, como yo, ir pensando que prometen acostarse antes esta noche porque les ha costado horrores madrugar esta mañana y que, por fin, mañana es viernes...