sábado, 21 de enero de 2012

Cabria* al pasado


Cuando visito la Alhambra, imagino la historia de mis antepasados; cuando paseo por el museo del Prado leo la historia de mi país; cuando vengo a la Mina, revivo mi historia.

En una casa de Villanueva del río y minas dió a luz mi abuela. Todos cuentan que el día que mi madre nació, nevó por primera vez en el pueblo.

Cuando paseo por los jardines del Ayuntamiento de la Mina imagino a mi padre, siendo un niño, saliendo por esa puerta, pues antes era el colegio de los Maristas.

Crecer en la Mina no era fácil, y en la época de Franco debía de serlo aún menos. No faltan detalles que te pondrían la carne de gallina.

Pasear por sus calles significa imaginar a mi abuela y a mi tía abuela yendo al mercado. Ver la chimenea y la jaula en la que mi abuelo se encerraba para meterse bajo tierra significa imaginar su sensación de temor e incertidumbre.

Hoy me decía mi tío: “no puede haber un trabajo más duro que el de minero”, y quizás sea cierto.
Las explosiones en las gargantas del pueblo era frecuentes. Dice mi tía “cuando sonaba esa sirena, el pueblo temblaba”.

Crecer temiendo que la sirena sonara cuando tu padre está en la mina, deja huella. Mi padre no ha vuelto al pueblo desde que se fue. No es suficiente el orgullo de ser el primer hijo de minero que terminó la Universidad.

Mirando la jaula, Leo me decía: “Tu familia se esforzó mucho para que tú hoy vivas tan bien. Te lo mereces, pero no se nos puede olvidar”.

La abuela de Leo pasó 4 años encerrada, cuidando de 5 niños, temiendo que los alemanes invadieran su pueblo, perdido en el centro de Italia.

Mi abuela cumple 90 años dentro de tres meses. “Tu bisabuelo era panadero”, me cuenta, “por eso no pasamos hambre en la posguerra, imagina qué suerte la nuestra!”

Hoy entré en la iglesia del pueblo con mi madre. “Aquí se casaron tus abuelos, hija, y aquí hicimos todos la comunión”.
Imaginaba yo a mis tíos y a mis padres, de chicos, con ese único par de zapatos que tenían, sentados en los bancos de su iglesia, con las piernecitas colgando.
“Cuando nos quitábamos las sandalias, se nos quedaba la forma porque el resto del pie estaba negro” me decía mi madre. Y es que la mina de carbón no daba tregua...

La estación de tren está igual.

Siempre me encantaron esos libros que te venden en Roma, en Egipto, donde superponen una hoja con una imagen de “cómo sería” una construcción, y, cuando pasas la hoja, ves el “cómo está ahora”, medio destruido. Me encantan las documentales que reconstruyen civilizaciones. Viajar en el tiempo sería para mí maravilloso.

Así que cuando paseábamos por la estación, imaginaba a mi madre volviendo de sus largas temporadas en el internado, deseosa de llegar a casa con los suyos; o imaginaba a mi padre cogiendo el tren a Sevilla.

Cuando la mina cerró, el pueblo comenzó una nueva etapa. La época de la plaza llena, la escuela abarrotada y la Rivera con bañistas dejó paso al pueblo tranquilo y las casas vacías entre semana.
Los viernes por la tarde el pueblo despierta, y muchos de los que se fueron, vuelven a las casas de sus mayores.
Descansan, recuerdan y escriben el futuro del pueblo.

La casa de mi tía Lucía, la hermana de mi abuela, era pequeña, pero yo no la recuerdo tan chica. La recuerdo marrón, con su mesa camilla y todos alrededor, en la cocina. Recuerdo que mi tía Lucía era la persona de mi familia que más horas podía pasar cepillándome el pelo mientras me contaba historias del pueblo sin parar.

Hoy, esa casa es una obra de arte. Mis tíos y mis primos la han adaptado a sus necesidades y la han convertido en una casa cómoda, moderna y apacible, conservando el encanto de la casa que era.
Lo que antes era el postigo es hoy un espacio de paz, con césped, plantas aromáticas y una piscina. Rodeada de árboles, se escuchan pájaros mientras escribo.

El sol del sur es especial hasta en invierno. Reconforta en cualquier época.

Mis primos han creado su espacio para tocar música, guardar sus instrumentos, mi tía tiene su espacio para escribir y leer, mi tío tiene sus cactus y plantitas en su rincón.
Es una casa muy especial.
Para mí, esto es arte. Hacer de lo antiguo algo moderno, de lo viejo algo útil, de tus raíces, en definitiva, tu futuro.
Por eso me gusta venir a la Mina, porque es mi pasado y porque sin él no puedo tener futuro.

Estoy muy orgullosa de mi familia.
Son un ejemplo de sacrificio, de mejora, de capacidad de adaptación, y son, sobre todo, un ejemplo de generosidad.

Mi generación es muy afortunada gracias a la anterior.
Y yo me siento especialmente afortunada gracias a mi familia.

Que no se me olvide que tengo que traer algún día a mis hijos a la Mina.

* "Cabria" se llama a la estructura de hierro que sujeta la jaula que bajaba a los mineros a la mina para la extracción del carbón.

1 comentario:

Ire dijo...

Súper identificada. Me gusta :)