lunes, 13 de octubre de 2014

Te escribo para acabar con la "saudade" de mi entusiasmo


Siempre oí decir que la palabra "saudade" (del portugués) no tiene traducción al español... ¿Nostalgia, añoranza, echar de menos?. Ellos te dicen que no, que no es lo mismo. Y es cierto que los matices de saudade no los abriga ninguna palabra.

Yo me mudé de casas, de países... en varias ocasiones, siempre por circunstancias positivas, provocadas, y con experiencias posteriores que hicieron de cada mudanza un principio de etapa especial.
Nunca sentí saudade de forma exagerada. Echaba de menos a mi gente sobre todo y algunos detalles. Procuraba disfrutar lo local y no pensar en lo que faltaba. Ni el jamón, ni el colacao, ni las tapas, ni el trato, ni el sol... bueno, ahí miento. El sol si lo eché siempre mucho de menos!
Esta vez no lo provoqué, fue una decisión consensuada, pero no tan deseada. Eso sí, una vez decidido, hice del cambio una oportunidad. No me fui sin mirar atrás, de hecho, miro cada día... más que atrás, hacia el lado, y feliz, acariciando cada detalle de las vidas queridas que dejo allá.
Esta vez es igual pero esta vez es diferente. No somos sólo la mochila y yo. Esta vez venimos en plural, varios plurales, cargados de ilusiones, de futuro, de trastos y de pañales.
Y es que nadie dijo que fuera fácil vivir como uno siempre soñó, como uno siempre quiso servir de ejemplo a sus hijos. Una cosa es hablar y otra es ser coherente con uno mismo. 
Que los sueños también se hacen realidad en momentos no perfectos, que las ilusiones también acarrean desorden, cajas por medio, casas viejas e interminables inviernos de lluvia...


En fin, que en medio de estas cavilaciones me encontraba los primeros días en Londres, mientras trataba de hacerme un hueco, de hacerme a la idea del cambio, de medio ordenar el nido, cuando por fin, volví a recuperar el entusiasmo que echaba de menos en mi. Saudade de mi propio entusiasmo.
Y es que no suelo yo estar decaída, y cuando lo estoy no me soporto ni yo, imagínate los que me rodean. Espero que mi hija saque el humor y el encanto del padre. 

Y recuperé el entusiasmo, decía. Así, sin más. Recordando que un día llegué a Madrid sola, a Lyon sola, a Nueva York sola... y que me hice el hueco que marcó mi vida con distintas experiencias. Ahora le toca a Londres que le de su oportunidad y me toca a mi hacer el ejercicio de valorar las fantásticas circunstancias que hacen de esta mudanza una OPORTUNIDAD con mayúsculas.

Pero lo cierto es que para recuperar del todo el entusiasmo me doy cuenta de que aún me falta soltar más...
Y es que una no puede quejarse cuando tiene la suerte de poder solicitar una excedencia para dedicarse a su bebé. Una no puede quejarse cuando tiene la suerte de irse a vivir a Londres. Una no puede quejarse cuando alquila una casa en Belsize park. Una no puede quejarse... 
Pues lo siento. Una puede y debe quejarse cuando lo necesite. Que ser muy responsable me ha provocado muchas contracturas en la espalda. Esta es mi revolución de hoy. 

Me quejo si me da la gana... porque solicitar una excedencia estando como está el patio en España, acojona. Esto es así. Y solicitar una excedencia currando en una ONG, acojona aún más... porque quizás aunque quieran, a mi vuelta no puedan contar conmigo. Y me quejo si me da la gana porque dedicar tu vida a tu bebé es obviamente una delicia, y más si es un ángel, pero es cansado y a veces desesperante. Ala, venga, más de uno me dirá que no me reconoce tan políticamente incorrecta. Pues es lo que hay.
Y una puede quejarse aunque se vaya a vivir a Londres, aunque haya gente que se muera de ganas por hacerlo y no pueda, aunque sea la forma de vivir que siempre soñé, porque ahora no me apetecía, porque aunque haré que sea una experiencia increíble y lo disfrutaré y haré felices aquí a los que me rodean, no quita que me mate de pereza la lluvia, que me saque de quicio la burocracia inicial de cualquier cambio y que me reviente que la moda chic sea vivir en casas antiguas, con encanto pero sin ascensor y sin cierres modernos en las ventanas. Que subir un bebé, la compra, los paraguas, abrigos y el carro por las escaleras no es nada chic. Y que por las ventanas chic entra un frío del 15.



Total, que me quejo, que me desahogo y que esta es mi forma de recuperar el entusiasmo. Siempre fue así. Lo suelto todo (ya empecé el lunes vía whatsapp con mis amigas), lo largo, lo echo, y luego, ahora... ¡Como nueva!
Ala, ¿ves? Solucionado.

Feliz de vivir en Londres, feliz de darle a mi hija esta experiencia, feliz de acompañar a mi marido a crecer y feliz de tener la increíble oportunidad de volver a disfrutar de mi madre cerca. La vida da mil vueltas y esta vuelta va a resultar genial. Nada de lo bueno de mi vida aquí viene gratis. Mi media naranja se esfuerza cada día por recordarme que juntos estamos haciendo el camino que queremos. La satisfacción de estar consiguiéndolo es muy grande.

Así que aquí estoy, en una ciudad en la que te cuesta encontrar a alguien local, en la que se respira diversidad y en la que hablan como los listening de los exámenes del first y del advanced. Moría de la risa ayer cuando Leo me decía: "...estiran tanto las palabras que a veces estoy hablando con un inglés y me entran ganas de decirle: -Shakespeare, relájate, que no hay platea, estamos solos tú y yo!-" 

Y si quieres, Londres es una ventana al mundo entero y una lista de opciones de ocio interminable... Londres te invita a caminar desde tu casa hasta un pub, pedirte una pinta, empujar una librería... y bajar unas escaleras hasta cualquier rincón del planeta. Y así, disfrutar de un concierto increíble de la mano de una guitarra y una voz que parece Joplin. Muy loco.




Londres te permite vivir a 15 min de Oxford St pero mirar por la ventana y sólo ver árboles como si estuvieras en plena campiña inglesa. Eso también es Londres.

Y si quieres, y yo quiero, Londres puede ser el mejor lugar para vivir hoy. Así que aquí estoy, organizando mi vida en Londres, feliz y contenta saltando charcos bajo la lluvia y disfrutando del rato de sol. 



No garantizo que todos los post futuros sea optimistas, permíteme algún desahogo más si lo necesito, pero te prometo que la mayoría serán escritos como ahora, con la ilusión de estar viviendo como siempre soñé.

Si quieres, aquí estamos esperándote Londres y yo... ¡para disfrutar de sus planes!

lunes, 21 de abril de 2014

"Hace un tiempo que no me hago caso"

Los sueños, las ilusiones, tienen esa característica... si luchas por ellos, pueden desaparecer... y lo hacen por el mejor de los motivos: se hacen reales.
Y claro, si deseas algo desde siempre, desde que te conoces, y un día se convierte en realidad, te cuesta creerlo.
Por eso, dos semanas después de ser madre, miro a mi hija y me asaltan lágrimas de incredulidad.

Quizás ha pasado poco tiempo como para comenzar a hablar como madre y decir que estas sensaciones que estoy viviendo no se pueden explicar, que no son comparables a nada, que esto hay que vivirlo para entenderlo. Aún me resisto.
Desde que me quedé embarazada he vivido ilusionada cada etapa, disfrutado cada paso, pero también (creo) lo he vivido desde el realismo, sin idealizar, siendo consciente de la carga social que la maternidad acarrea, de lo mal contadas que están muchas historias relacionadas con el embarazo, el parto, el puerperio y la lactancia. Da igual los libros que me haya leído, las opiniones que haya contrastado, los artículos y webs que haya consultado. ¡Todo salió diferente! Y es genial, la vida no deja de sorprenderte y de enseñarte. Y no dejo de alegrarme de haber tenido información para sentirme más segura y contar con más recursos (a pesar de que mi padre sigue diciendo que el sentido común y el cariño me irán dando las respuestas para con mi hija... Él, que tanto lee, aboga porque me deje llevar por mi propia naturaleza de madre... será que los sabios son así).

Y decía que me resisto al tópico de "hay que vivirlo para entenderlo" porque sí se puede expresar lo que se siente, sí se puede uno imaginar antes de ser madre o padre lo que es tener un hijo. Es grande, muy grande, pero, en homenaje a Gabo, que nos ha dejado huérfanos estos días, se tiene que poder expresar lo que uno siente en uno de los momentos más felices de su vida, ¿no? con letras, con teclas, con palabras, como sea. Nunca lo podremos expresar tan bien como él lo hacía, pero podemos intentarlo.


Tener un bebé es increíble, es emocionante, es desconcertante y apasionante.
Cierra los ojos y piensa en tu momento de más paz interior, de más felicidad, de más amor... pues así, a lo grande, te sientes cuando miras a tu hijo recién nacido.  Quizás otras madres o padres lo vivan de forma diferente, pero seguro que a todos impresiona.
Es duro a veces, sientes mucho miedo a que le ocurra algo, no creo haber sentido antes ese pavor, es tan fuerte que te remueve las entrañas. Pero los miedos y el cansancio desaparecen cuando sonríe, cuando te mira sin verte, cuando respiras su olor, cuando le abrazas y a la vez recibes un abrazo de tu pareja. De pronto, te das cuenta de que uno más uno suman tres. Y lloras de emoción, y vuelves a vivir esa sensación de incredulidad. No puede ser, ¿de nosotros ha nacido esta maravilla?
¿Cómo lo hemos hecho tan bien? jajaja. Porque no puedo comprobar si es verdad que los padres siempre ven bonitos a sus hijos. Siempre pensé que algo de objetividad se conserva, sin embargo, no soy capaz de saberlo en mis propias carnes, porque... o mi hija es preciosa o soy tan subjetiva que la veo lindísima. ¿Qué más da?

Y la miras mientras duerme, y respiras hondo porque no das crédito a que algo tan pequeño funcione tan bien, sea tan hermosa y genere tanto amor a su alrededor. Qué perfecta te parece...
Y sueñas con que todos los niños del mundo pudieran tener su suerte.
Y le dices que la quieres, porque es tu hija. Que la querrías igual si no hubiera nacido de tu vientre, pero que ha sido maravilloso tenerla dentro, y que te hace feliz sólo con existir.
Y la miras, y te emocionas de nuevo, porque ves en ella tus ojos y te parece, otra vez, increíble. Y de pronto, sonríe, y ves en sus labios la sonrisa de su padre, de quién estás locamente enamorada, y sientes que no se puede ser más feliz.
Y llora con desconsuelo, pero se calma cuando la coges, la abrazas, le das el pecho y le hablas. Y entonces sientes que eres tú su consuelo. Esa sensación es nueva para ti, maravillosa y, otra vez, increíble. Y entonces se te olvida que aún no puedes moverte bien, que estuviste en un quirófano hace unos días... Se te olvidan los dolores y las incomodidades que sientes. Todo fuera, zas, de golpe, al olvido.
Y ríes y lloras, y dejas que las hormonas vuelvan a hacerte de las suyas, pero te da igual, porque lo que sientes es maravilloso, así que, sea todo real o sea fruto del coctel de las drogas de tu propio cuerpo mezclado con algunas sensaciones ajenas a ellas, te dejas llevar.

Y descubres que sí tienes tiempo para ducharte antes de las seis de la tarde, que no es todo tan trágico como mucha gente te contaba (sin duda, también es cierto que todo es más fácil cuando la bebé tiene cerca a la abuela más incondicional y entregada).
Tu mundo se vuelve del revés, pero en gran parte porque tú quieres que así sea, porque tú dejas que así sea. Porque decides quedarte observando esas muecas que hace en lugar de hacer la cama, porque decides abrazarla cuando se despierta en lugar de dejarla en la cuna más tiempo, porque prefieres hablarle y disfrutar de esos ojos enormes abiertos en lugar de pensar tranquilamente qué ropa ponerte.
Y es que da tiempo de hacer más cosas, el tema es que no te apetece tanto como antes. Ha nacido tu mejor pasatiempo, tu mejor entretenimiento, tu pasión, tu ilusión, tu alegría, tu mejor plan de lunes por la mañana y de viernes por la noche. Esto quizás cambiará, pero cuando tu bebé tiene dos semanas, no eres capaz de imaginar nada mejor que hacer que tenerla cerca, sentir su olor, mirarla y abrazarla.

Así que te pasará como a Gabo cuando Sabina le preguntó "¿Cómo estás?".
"No sé, respondió, hace tiempo que no me hago caso".