sábado, 22 de enero de 2011

Negro azabache


Los ojos negros siempre me parecieron bonitos. Me transmiten fuerza, personalidad, intensidad.
Y los ojos de los bebés siempre me gustaron. Me transmiten vida, curiosidad, inquietud.

Los ojos negros de Daniela son grandes, profundos, alegres. Aunque, para ser fieles a la realidad, debemos admitir que los genes no lo tuvieron difícil para conseguir un resultado tan hermoso.

Los ojos de Daniela me transmiten esa fuerza, personalidad e intensidad de la que hablaba, y esa vida y curiosidad típica de los bebés, pero es que, quizás por culpa del sentimiento de amor y necesidad de protección que siento al mirarle, sus ojos se me antojan los más bonitos del mundo, y consiguen transmitirme tanta paz, tanta ilusión...

Los miro y pienso lo maravilloso que debe ser conocer el mundo a través de ellos, descubrir cada día un color nuevo, una imagen diferente, luces desconocidas hasta el momento.

Son tan negros, tan brillantes y profundos que me veo reflejada en ellos... y me pregunto si ella podrá percibir a través de los míos todos los sentimientos que se me agolpan en el pecho cuando la tengo cerca.

¿Será que mis ojos transmiten tanto como los tuyos, Daniela?
¿Será que te consigo traspasar, solo mirándote, todo lo que te quiero y todo lo que deseo compartir contigo mientras te veo crecer?...

sábado, 1 de enero de 2011

Paz entre lava


2010 se cierra con mis únicos 4 días de verano en el año.
Lanzarote ha sido la mejor sorpresa donde coger impulso y empezar un 2011 lleno de proyectos.

La isla es un respiro para los sentidos.
Huele a mar, que para mí es oler a casa. Tiene gusto de papas arrugás y mojo, tan ricos. La mirada se relaja mirando a cualquier lugar porque los paisajes están en calma. El agua, las montañas y valles de lava, y los pueblitos de casas blancas son una regalo para la vista.
Lanzarote se me antojó ordenado. Viniendo de Brasil, las infraestructuras de España se perciben como un lujo que no apreciamos.
De entre las joyas de Lanzarote, que no son pocas para el tamaño de la isla (los Jameos del agua, la Cueva de los verdes, varios pueblitos blancos, el Mirador de los ríos, el parque del Timanfaya, Lagomar, etc etc), me quedo con un cachito de la isla:

La Casa-Fundación César Manrique.
Manrique fue, en mi opinión, uno de los más grandes artistas de este siglo.
Pintor, escultor, arquitecto, ecologista, conservador de monumentos, consejero de construcción, planeador de complejos urbanísticos, paisajista, medioambientalista…
Vivió el bullicio internacional del arte del siglo XX y se codeó con muchos de los mejores artistas del arte contemporáneo. Dejó Nueva York y las grandes galerías internacionales para volver a su tierra, Lanzarote.
Manrique, como buen genio, vió mucho más allá, y concibió la isla desde una perspectiva nueva. Creó un manifiesto de sostenibilidad que hasta hoy ha ayudado a mantener la isla bonita, cuidada y respetuosa con el entorno. La huella de Manrique en Lanzarote es tan grande que la isla sería otra sin su mentor.
La casa donde vivió es hoy una Fundación que presta atención a tres líneas de desarrollo: las artes plásticas, el medio ambiente y la reflexión cultural.
Como desde la Fundación describen: "La casa, edificada en 1968 sobre una colada lávica de la erupción ocurrida en la isla durante 1730-36, aprovecha, en el nivel inferior, la formación natural de cinco burbújas volcánicas, para configurar un espacio habitable sorprendente y ejemplar en cuanto actuación sobre espacio natural. Por su parte, el exterior de la casa y nivel superior está inspirado en la arquitectura tradicional de Lanzarote."
Para mí, la casa es la construcción que mejor se integra en la naturaleza de todas las que yo haya visto hasta ahora. Cada rincón está perfectamente estudiado, cada esquina mezcla blancura y paz con piedras negras de lava. Las plantas se hacen hueco entre los ventanales con vista al valle de lava. Es impresionante. Pasear por los recovecos que la erupción provocó, ahora transformados en jardines y salones bajo la tierra, son un espectáculo. Imaginar a César pintando y esculpiendo entre sus muros, bajo el sonido del viento que azota la isla, se me antojó una maravilla.

Junto a sus cuadros, en una de las paredes de la casa, cuelga un poema que Alberti le dedicó. Me pareció hermoso.

A César Manrique, pastor de vientos y volcanes.

Vuelvo a encontrar mi azul,
mi azul y el viento,
mi resplandor,
la luz indestructible
que yo siempre soñé para mi vida.
Aquí están mis rumores,
mis músicas dejadas,
mis palabras primeras merecidas de la espuma,
mi corazón naciendo antes de sus historias,
tranquilo mar, mar pura sin abismos.
Yo quisiera tal vez morir, morirme,
que es vivir más, en andas de este viento,
fortificar su azul, errante, con el hálito
de mi canción no dicha todavía.
Yo fui, yo fui el cantor de tanta transparencia,
y puedo serlo aún, aunque sangrando,
profundamente, vivamente herido,
lleno de tantos muertos que quisieran
revivir en mi voz, acompañándome.
Mas no quiero morir, morir aunque lo diga,
porque no muere el mar, aunque se muera.
Mi voz, mi canto, debe acompañaros
más allá, más allá de las edades.
He venido a vosotros para hablaros y veros,
arenales y costas sin fin que no conozco,
dunas de lavas negras,
palmares combatidos, hombres solos,
abrazados de mar y de volcanes.
Subterráneo temblor, irrumpiré hacia el cielo.
Siento que va a habitarme el fuego que os habita.

(Rafael Alberti, 1979)




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