jueves, 4 de julio de 2013

Mi brújula

Atardece cada día, pero no siempre atardece igual para mí, ni para ti. Lo que para algunos es una forma normal de vivir, para mí aún es un pequeño reto: conseguir disfrutar de cada atardecer pero sin estresarme nada en el proceso. Suena obvio, pero algunos somos más torpes que otros y el concepto del rápido paso del tiempo aún no lo tengo bien encajado del todo. Estoy en ello, y creo que estoy mejorando… o eso me dicen los que me quieren y me conocen. ¿Lo harán como refuerzo positivo? ¿Será verdad? Voy a creerles…

Si pierdo el norte, me vengo al Sur.
Se puede perder el norte por un rato, durante una época, perderlo del todo o solo desorientarte un poquito. En cualquiera de los casos, cada uno busca su brújula.
Mi brújula es mi gente y mi brújula es mi sur. Si pierdo el norte, me vengo al Sur.
Seguro que tú tienes un sitio donde sientes más paz que en ningún otro lugar. Seguro que hay un entorno donde te sientes tranquilo, en casa, a gusto.
Para mí, ese lugar es mi Sur.
Mi nido está en otro sitio, en otra ciudad más al norte, que adoro, que está llena de vida, de amigos-familia y de historias vividas y por vivir.
Pero mi norte sigue siendo mi Sur.
Lo llaman raíces. Será eso.
A mí se me antoja paz.

Pasados unos meses viviendo por primera vez fuera de casa, tenía 17 años, cogí el tren que me llevaría a casa unos días. Durante ese trayecto escribí unos versos sobre el Sur, sobre lo mucho que lo echaba de menos. Desde entonces, no me he atrevido a escribirle de nuevo.

Si pierdo el norte, vengo al Sur.
Porque la luna brilla diferente, porque la luz invade los rincones de otra forma, porque el acento de la gente me sabe a infancia, porque los olores suenan a mar y, por supuesto, porque los atardeceres bañan el mar de una forma que hace que se me acelere el corazón y los ojos se me llenen de lágrimas de felicidad, de paz.


Estos días estoy recuperando el norte… desde el Sur. Qué felicidad.