lunes, 21 de abril de 2014

"Hace un tiempo que no me hago caso"

Los sueños, las ilusiones, tienen esa característica... si luchas por ellos, pueden desaparecer... y lo hacen por el mejor de los motivos: se hacen reales.
Y claro, si deseas algo desde siempre, desde que te conoces, y un día se convierte en realidad, te cuesta creerlo.
Por eso, dos semanas después de ser madre, miro a mi hija y me asaltan lágrimas de incredulidad.

Quizás ha pasado poco tiempo como para comenzar a hablar como madre y decir que estas sensaciones que estoy viviendo no se pueden explicar, que no son comparables a nada, que esto hay que vivirlo para entenderlo. Aún me resisto.
Desde que me quedé embarazada he vivido ilusionada cada etapa, disfrutado cada paso, pero también (creo) lo he vivido desde el realismo, sin idealizar, siendo consciente de la carga social que la maternidad acarrea, de lo mal contadas que están muchas historias relacionadas con el embarazo, el parto, el puerperio y la lactancia. Da igual los libros que me haya leído, las opiniones que haya contrastado, los artículos y webs que haya consultado. ¡Todo salió diferente! Y es genial, la vida no deja de sorprenderte y de enseñarte. Y no dejo de alegrarme de haber tenido información para sentirme más segura y contar con más recursos (a pesar de que mi padre sigue diciendo que el sentido común y el cariño me irán dando las respuestas para con mi hija... Él, que tanto lee, aboga porque me deje llevar por mi propia naturaleza de madre... será que los sabios son así).

Y decía que me resisto al tópico de "hay que vivirlo para entenderlo" porque sí se puede expresar lo que se siente, sí se puede uno imaginar antes de ser madre o padre lo que es tener un hijo. Es grande, muy grande, pero, en homenaje a Gabo, que nos ha dejado huérfanos estos días, se tiene que poder expresar lo que uno siente en uno de los momentos más felices de su vida, ¿no? con letras, con teclas, con palabras, como sea. Nunca lo podremos expresar tan bien como él lo hacía, pero podemos intentarlo.


Tener un bebé es increíble, es emocionante, es desconcertante y apasionante.
Cierra los ojos y piensa en tu momento de más paz interior, de más felicidad, de más amor... pues así, a lo grande, te sientes cuando miras a tu hijo recién nacido.  Quizás otras madres o padres lo vivan de forma diferente, pero seguro que a todos impresiona.
Es duro a veces, sientes mucho miedo a que le ocurra algo, no creo haber sentido antes ese pavor, es tan fuerte que te remueve las entrañas. Pero los miedos y el cansancio desaparecen cuando sonríe, cuando te mira sin verte, cuando respiras su olor, cuando le abrazas y a la vez recibes un abrazo de tu pareja. De pronto, te das cuenta de que uno más uno suman tres. Y lloras de emoción, y vuelves a vivir esa sensación de incredulidad. No puede ser, ¿de nosotros ha nacido esta maravilla?
¿Cómo lo hemos hecho tan bien? jajaja. Porque no puedo comprobar si es verdad que los padres siempre ven bonitos a sus hijos. Siempre pensé que algo de objetividad se conserva, sin embargo, no soy capaz de saberlo en mis propias carnes, porque... o mi hija es preciosa o soy tan subjetiva que la veo lindísima. ¿Qué más da?

Y la miras mientras duerme, y respiras hondo porque no das crédito a que algo tan pequeño funcione tan bien, sea tan hermosa y genere tanto amor a su alrededor. Qué perfecta te parece...
Y sueñas con que todos los niños del mundo pudieran tener su suerte.
Y le dices que la quieres, porque es tu hija. Que la querrías igual si no hubiera nacido de tu vientre, pero que ha sido maravilloso tenerla dentro, y que te hace feliz sólo con existir.
Y la miras, y te emocionas de nuevo, porque ves en ella tus ojos y te parece, otra vez, increíble. Y de pronto, sonríe, y ves en sus labios la sonrisa de su padre, de quién estás locamente enamorada, y sientes que no se puede ser más feliz.
Y llora con desconsuelo, pero se calma cuando la coges, la abrazas, le das el pecho y le hablas. Y entonces sientes que eres tú su consuelo. Esa sensación es nueva para ti, maravillosa y, otra vez, increíble. Y entonces se te olvida que aún no puedes moverte bien, que estuviste en un quirófano hace unos días... Se te olvidan los dolores y las incomodidades que sientes. Todo fuera, zas, de golpe, al olvido.
Y ríes y lloras, y dejas que las hormonas vuelvan a hacerte de las suyas, pero te da igual, porque lo que sientes es maravilloso, así que, sea todo real o sea fruto del coctel de las drogas de tu propio cuerpo mezclado con algunas sensaciones ajenas a ellas, te dejas llevar.

Y descubres que sí tienes tiempo para ducharte antes de las seis de la tarde, que no es todo tan trágico como mucha gente te contaba (sin duda, también es cierto que todo es más fácil cuando la bebé tiene cerca a la abuela más incondicional y entregada).
Tu mundo se vuelve del revés, pero en gran parte porque tú quieres que así sea, porque tú dejas que así sea. Porque decides quedarte observando esas muecas que hace en lugar de hacer la cama, porque decides abrazarla cuando se despierta en lugar de dejarla en la cuna más tiempo, porque prefieres hablarle y disfrutar de esos ojos enormes abiertos en lugar de pensar tranquilamente qué ropa ponerte.
Y es que da tiempo de hacer más cosas, el tema es que no te apetece tanto como antes. Ha nacido tu mejor pasatiempo, tu mejor entretenimiento, tu pasión, tu ilusión, tu alegría, tu mejor plan de lunes por la mañana y de viernes por la noche. Esto quizás cambiará, pero cuando tu bebé tiene dos semanas, no eres capaz de imaginar nada mejor que hacer que tenerla cerca, sentir su olor, mirarla y abrazarla.

Así que te pasará como a Gabo cuando Sabina le preguntó "¿Cómo estás?".
"No sé, respondió, hace tiempo que no me hago caso".